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GALERÍA UNIÓN

Amarre
9/05/24 - 23/06/24

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Sé que la tierra es una serpiente enroscada

 

Busco las formas hasta hacerlas aparecer. Patrones vibrantes y geometrías sinuosas emergen, estampando su recorrido sobre las tintas, las piedras, el barro rosa. Éstas formas se amarran a la materia para que pueda verlas. Hay otras casi científicas que aguardan en la facultad de antropología, ahí en los libros llenos de polvo de huesos triturados, colmillos rotos, plumas digeridas. Aguardan en las madrigueras bajo la tierra, en los cerros recién formados, en el museo. Busco en el reverso de mí misma, hasta hacerla aparecer.

 

Cuando tenía trece años Andrea y yo merodéabamos el terreno baldío detrás de su casa juntas, aguardando la revelación de algún misterio. La gente de la colonia arrojaba ahí las cosas que les sobraban en casa; llantas, cajas de cartón, latas de cerveza, tablones de madera astillados y ahora podridos por la humedad. Cuando se acumulaban demasiados objetos, uno apilado encima del otro, surgía el presentimiento de que bajo de ellos encontraríamos un nido de culebras enroscadas de todo tipo. Anacondas, coralillos, mambas, cascabeles sonando en los aires densos del verano. Se arrodilló frente a la pirámide y cuarteó la tierra seca al tocarla con sus rodillas. Vio que no podía acercarme y me miró retadora, su medalla de la virgen de Guadalupe balanceándose rítmicamente sobre los escombros. Impaciente, chasqueó la lengua contra la bóveda negra de su paladar y retiró los tablones de madera astillados. Una víbora bebé se hallaba replegada al fondo y la miraba de vuelta con los ojos de cuentas negras, un par de obsidianas diminutas. Con su lengua bífida tocó el aire teñido por el olor de la piel erizada de Andrea.

 

Días después, vislumbraba una serpiente sobrenatural. En su dormitorio, apareció una cobra del tamaño del cuarto, desplegando las vértebras que coronaban su cabeza. No tengo miedo, dice Andrea en la oscuridad. Las formas emergen en ella, como cuando brotaron rosas de Castilla entre la nieve, como cuando un charco de sangre dorada rodeó su cuerpo en sueños, como plumas lloviendo del cielo. Yace ahí como una enorme herida abierta en la noche. La cobra abre sus fauces y de uno de sus colmillos brota una gota en la cual ve el reflejo de su rostro, un veneno que la consume y alimenta a la vez. Al día siguiente, se pregunta si está embarazada por la gota que ha nacido de ese colmillo, como cuando temía embarazarse con agua de la regadera. ¿O es acaso que anuncia su muerte? En su vientre presiente una duración insondable y de ese vacío surgirán todas las cosas, todos los nombres anteriores a ella. El veneno en su vientre, el antídoto en su vientre, la oscuridad en su vientre, la luz en su vientre. De pronto, una premonición dilatada. Ha olvidado cómo nacer.

 

Por la noche volverá con el trino de todos los cascabeles sonando a lo lejos y presentirá en su garganta un nombre anterior al suyo. El nombre se aglutina ahí, detrás de la lengua, enterrado en las tierras de su cuerpo. Siente la carencia de lo que debía ser suyo envuelta en el humedal de su cuarto y comienza el descenso hacia su nacimiento. No tengo miedo, dice Andrea, no tengo miedo.

Mariel Vela

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Entretejido, 100 x 70 cm, Técnica mixta, 2024

Columna, 100 x 70 cm, Técnica mixta, 2024

Serie Entramados

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